miércoles, 29 de diciembre de 2010

Horacio Serpa- un santandereano para mostrar

Horacio Serpa
Por Ernesto Samper Pizano- Expresidente de Colombia,

REVISTA SEMANA – Diciembre de 2010 www.colombiaplural.org

Santander no escapa a los mitos sencillos que definen la identidad de las regiones colombianas; por esos mitos sabemos que los paisas son avispados, los costeños alegres, los vallunos abiertos, los bogotanos reservados, los boyacenses astutos, los opitas mamagallistas y los santandereanos, aguerridos, pero no solo eso; los santandereanos también son amables, francos, buenos anfitriones – aquello de que quien pisa tierra de Santander es santandereano no es solamente un aviso publicitario – y campechanos. Si el Departamento de Santander fuera una naranja, Horacio Serpa sería su jugo exacto. Pocos como el han conseguido plasmar los valores de su terruño en un proyecto de vida. A lo largo de su carrera pública él ha convertido la honestidad, la pulcritud y el sentido profundo de la amistad en máximas de su día a día. Serpa es, simple y sencillamente, creíble.

No dice mentiras, no juega con cartas tapadas, si afirma que va a hacer algo por un amigo, lo hace y lo consigue por convicción; y así como piensa lo que dice, también siempre dice lo que piensa. Alguna vez me recomendó, como norma de trabajo en el sector público, que recibiera todas las personas con las que tuviera que hablar por razones de trabajo, por incómoda que fuera su presencia, en mi despacho y a la luz del día; nada de citas en bares, esquinas convenidas ni salas de amigos: la oficina de uno- me decía- es el único sitio blindado contra las suspicacias de la opinión pública.

Norma sabia que todavía aplico. Uno de los éxitos de su mandato como gobernador ha sido, precisamente, que desde el primer día ordenó hacer públicos todos los actos de la Administración en la página web de la gobernación: todo está allí para controvertirlo, para participar, para criticar, para denunciar o acceder a beneficios. La otra virtud santandereana de Serpa es su lealtad que aplica hasta los límites del heroísmo y que no es una lealtad gratuita; él sólo es leal a las causas que considera que valen la pena y que coinciden con unos principios que defiende, como caballero de la edad media, a capa y espada con un romanticismo que para algunos ya está en desuso.

Cuando yo estaba agonizando, después del atentado de que fui víctima en 1989, no vaciló, en esos mismos días, en renunciar a la Procuraduría para hacerse cargo de mi campaña presidencial cuyo futuro era tan incierto como mis propias posibilidades de vida; y el día del atentado contra Antonio Cancino, mi abogado defensor, cuando los Estados Unidos fueron tras de su cabeza, se presentó a Palacio con su renuncia. “Usted piensa, Horacio- le dije- que voy a cambiar a uno de mis mejores amigos para darle gusto a uno de mis peores enemigos?; como dicen ustedes en Santander: no me crea tan pingo!”. Ese sentido de lealtad de saber estar cuando se debe y retirarse cuando toca fue lo que disparó la imagen de Serpa durante la crisis política que atravesó mi gobierno. En un mundo confundido por los oportunismos y los vaivenes mediáticos, cada quien montándose atemorizado en los oleajes de la opinión para no quedar tendido en la arena del estigmatismo, valores como la lealtad que practica Serpa se convierten en artículos de lujo. Por eso me muero de la risa cuando algunos periodistas, como una reconocida columnista que ha convertido el odio personal contra mi y los funcionarios que participaron en mi gobierno en parte de su proyecto de vida, se empeñan en descalificar a quienes me han acompañado en estos años de servicio público descalificándolos por “samperistas”. Ojalá- digo yo - otros grupos y movimientos políticos tuvieran a su servicio “samperistas” como Serpa y otros profesionales de calidades parecidas que me han acompañado en mi carrera pública. La devoción de Serpa por lo social que vive con una intensidad emocionante es otro de sus matices profundos. 
 
Él no sólo está contra la pobreza como bandera política sino que vive el sufrimiento del pobre, disfruta dándole la mano, dejándose abrazar y tratándole sin la arrogancia que le sale a borbotones en las tribunas para criticar a los poderosos y denunciar las injusticias. Serpa tomó sus primeras lecciones de lucha contra la pobreza en Barrancabermeja, el único nombre de mujer que compite en su corazón con el de Rosita.

Su afecto por la ciudad petrolera raya en la esquizofrenia; recuerdo que un día, cuando estábamos aproximándonos en una avioneta al Puerto donde debíamos presidir una manifestación pública, me dijo, emocionado al ver las luces de las torres de la refinería  en medio de uno de esos atardeceres incendiados del Río Magdalena: “No me diga que esto no es como Nueva York”; sin desilusionarlo me limité a contestarle con un compasivo: “Mérmele un poquito, maestro”. Pero ese es el Serpa humano que es tal vez la faceta más desconocida de sus coordenadas existenciales. Una persona tímida, firme en sus decisiones políticas y dubitativo en las cuotidianas, un niño en su capacidad de ser sorprendido y disfrutar con las nuevas tecnologías informáticas, el padre ejemplar que mientras sus hijos vivieron con él los esperaba despierto hasta la hora en que llegaran, un celoso guardián de su intimidad, un obseso de la puntualidad, un devorador subversivo de golosinas y, por supuesto, el compañero de viaje de Rosita que siempre ha sido su remanso de paz y el sur afectivo de su norte ideológico. Con este mapa de vida no es de extrañar que  haya sido considerado como el mejor gobernador de Colombia y su Departamento como un modelo de progreso. A quienes hemos tenido el privilegio de conocer a Horacio Serpa por dentro y por fuera la noticia, para ser absolutamente sinceros, no nos sorprendió la noticia.


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