miércoles, 5 de enero de 2011

¿Prosperidad democrática?

“desafío de la pobreza”

Por Rodrigo López Oviedo

Bien pronto han debido comenzar a desvanecerse las esperanzas que encendió el presidente Juan Manuel Santos cuando, en su discurso de posesión, se comprometió a buscar la prosperidad para todos los colombianos. Su reciente decreto de incremento al salario mínimo debió recibirse como una campanada de alerta, si es que ya no se habían percibido las alertas propinadas por otras disposiciones igualmente negativas en su impacto social, como la reforma a la salud y la ley de víctimas, o en su efecto sobre las finanzas de las regiones, como la ley de regalías.


En ese discurso de posesión, al señalar la esencia de su política de Prosperidad Democrática, el presidente Santos anunció llegada la hora en que “los bienes naturales (…) que los colombianos hemos multiplicado con ingenio y sabiduría, no sean el privilegio de unos pocos, sino que estén al alcance de muchas manos”. Visto este incremento, pareciera que el ingenio y la sabiduría no requirieran materializarse a través del trabajo, ni que las manos de los trabajadores merecieran recibir los bienes que él dice estar dispuesto a poner en muchas otras.

Con el incremento de 15 mil pesos mensuales, un trabajador escasamente podrá atender el mayor valor del transporte urbano, previsto en 12 mil pesos mensuales. ¡Ah, ¿qué para atender ese incremento está el mayor valor del subsidio de transporte? Pues entonces agreguémosles a estas cuentas los exiguos dos mil cien pesos en que se incrementó y quedaremos en las mismas!

Esta es solo una evidencia de lo que serán las políticas de “salario y prestaciones justas”,  de “bienestar básico, con tranquilidad económica” y de “desafío de la pobreza” a que hizo referencia el Mandatario en su posesión. Las demás muestras las encontraremos, ya como prueba, en su Ley de Formalización Laboral y Primer Empleo, en cuyo contenido vemos claro que lo único que se busca es reforzar las inmejorables condiciones que tienen los verdaderos dueños del país para seguir acumulando capital.

Es hora de repensar el papel de las Centrales Obreras en de la Comisión de Concertación de Políticas Salariales y Laborales. Tal participación ha resultado inveteradamente inocua, pues se asiste a ella a enfrentar, sin mayores posibilidades de éxito, las tradicionales mesquindades de los empresarios, consecuentemente respaldadas por el Gobierno en la férrea defensa del abaratamiento de las nóminas como prerrequisito para la obtención de más altas tasas de plusvalía.

Mientras la presencia de los representantes de las Centrales Obreras en esa Comisión no se acompañe con acciones organizadas de masas, es decir, con la movilización beligerante de los trabajadores en calles y empresas, la concertación no pasará de ser más que un embeleco.

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