miércoles, 5 de enero de 2011

Wikileaks y la suerte de Haití

Mark Weisbrot
Público
De todos los gobiernos del mundo, el de Estados Unidos es hoy la mayor amenaza a la paz y seguridad mundial. Cientos de miles, o probablemente más de un millón de personas han muerto por la guerra en Irak. La guerra fue completamente innecesaria e injustificable, y basada en mentiras. Ahora Washington se acerca a una confrontación militar con Irán. Con esto en mente, es evidente que cualquier información que ilumine sobre la “diplomacia” de EEUU resulta útil. Tiene el potencial de ayudar a salvar millones de vidas humanas. El ex presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, así lo entiende. Por eso defendió al fundador de Wikileaks, Julian Assange, a pesar de que los cables filtrados no fueron una lectura agradable para su Gobierno.
Un área de la política exterior de EEUU iluminada por los cables de Wikileaks, y que ha sido ignorada por los grandes medios, es la ocupación de Haití. En 2004, el presidente elegido democráticamente, Jean-Bertrand Aristide, fue derrocado por segunda vez mediante una operación liderada por EEUU. Los funcionarios del Gobierno constitucional fueron encarcelados y miles de sus seguidores, asesinados. El golpe de Estado, aparte de ser una repetición del que ya había sufrido Aristide en 1991, fue muy similar al golpe fallido en Venezuela en 2002. Varias personas de Washington estaban involucradas en ambos esfuerzos. Pero el golpe en Venezuela falló, en parte porque los líderes de América Latina declararon con rotundidad que no reconocerían al Gobierno golpista.

En el caso de Haití, Washington aprendió de sus errores en el golpe venezolano y creó de antemano apoyos para un Gobierno ilegítimo. La ONU aprobó una resolución tan sólo días después del golpe, y fuerzas de la ONU, lideradas por Brasil, entraron en el país. La misión sigue liderada por Brasil y tiene tropas de otros países latinoamericanos con gobiernos izquierdistas, incluyendo Bolivia, Argentina y Uruguay. También participan Chile, Perú y Guatemala.

¿Acaso estos gobiernos habrían enviado tropas a ocupar Venezuela si el golpe hubiese sido exitoso? Es obvio que no habrían considerado tal medida. Y, sin embargo, la ocupación de Haití no es más justificable. Los gobiernos progresistas de Suramérica han desafiado la política exterior de EEUU en la región y en el mundo. Han creado nuevas instituciones, como la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), para prevenir los abusos del norte. Bolivia expulsó al embajador de EEUU en septiembre de 2008 por interferir en sus asuntos internos. La participación de estos gobiernos en la ocupación de Haití es una grave contradicción política. ¿Será porque los haitianos son pobres y negros por lo que se les pueden pisotear sus más fundamentales derechos humanos y democráticos? Los cables de Wikileaks demuestran la importancia para EEUU de controlar Haití. Un largo memorando de la embajada de EEUU en Puerto Príncipe al Departamento de Estado responde a detalladas preguntas sobre la vida política y personal del presidente haitiano, Réne Préval, incluyendo asuntos de suma importancia para la seguridad nacional como: “¿Cuántos tragos se puede tomar Préval antes de mostrar signos de embriaguez?”. También expresa una de las principales preocupaciones de Washington: “Su nacionalismo reflexivo y su desinterés en dirigir relaciones bilaterales en un sentido diplomático general causarán frecuentes fricciones a medida que avance nuestra agenda bilateral. Por ejemplo, creemos que, en términos de política exterior, el mayor interés de Préval es recibir asistencia de cualquier recurso disponible. Es probable que sienta la tentación de formular su relación con Venezuela y los aliados de Chávez en el hemisferio de tal manera que espere crear un ambiente competitivo para ver quién puede dar más a Haití”.

Es por eso que se deshicieron de Aristide –quien estaba mucho más a la izquierda que Préval– y no lo dejan volver al país. Es por eso que Washington financió las recientes “elecciones” que excluyeron al partido político más grande de Haití, algo equivalente a dejar afuera a los Demócratas o Republicanos en EEUU. Y es por eso que la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (Minustah) prosigue con su ocupación del país, más de seis años después del golpe, sin una obvia misión aparte de restituir al odiado ejército haitiano –abolido por Aristide– como instrumento de represión.

Los que no entienden la política exterior de EEUU piensan que controlar Haití no importa a Washington porque es muy pobre y no posee minerales o recursos estratégicos. Pero Washington no funciona de esa manera, tal como lo demuestran repetidamente los cables de Wikileaks. Para el Departamento de Estado y sus aliados, todo es un despiadado juego de ajedrez, y los peones importan. Gobiernos izquierdistas serán eliminados o prevenidos de tomar el poder donde sea posible; y los países más pobres –como Honduras el año pasado– son los blancos más fáciles. Un Gobierno elegido democráticamente en Haití sería inevitablemente de izquierda, dada la historia y la conciencia de la población. La democracia, por lo tanto, no está permitida.

Miles de haitianos han estado protestando por las falsas elecciones y el rol de la Minustah en la causa de la epidemia de cólera, que ya ha matado a más de 2.300 personas y se sigue extendiendo. Considerando la rápida propagación de la enfermedad, puede que haya habido una grave negligencia criminal por parte de la Minustah. Ésta es otra razón para que se vayan de Haití. La misión cuesta más de 500 millones de dólares al año, mientras que la ONU ni siquiera puede recaudar la mitad de esa cantidad para combatir la epidemia que su propia misión contribuyó a causar o para suministrar agua limpia a los haitianos.

Es tiempo de que los gobiernos progresistas de América Latina terminen esta ocupación, que va en contra sus propios principios. Y contra la voluntad del pueblo haitiano.

Mark Weisbrot es codirector del Center for Economic and Policy Research

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