martes, 31 de mayo de 2011

Las revoluciones árabes.- Washington contra Washington

Jamil Toubbeh.- Al-Ahram Weekly

Mientras la arena se deposita en algunas manifestaciones del mundo árabe, los dirigentes árabes y los analistas políticos se ocupan de evaluar su impacto a largo plazo en las sociedades árabes y sus homólogos del mundo occidental buscan nuevos enfoques para mantener el statu quo —el paradigma Sykes-Picot-.


Desde el final de la Primera Guerra Mundial, las naciones occidentales han aprendido a negociar con gobernantes corruptos y de mano dura en todo el mundo pero particularmente con los del mundo árabe, dejando a la ciudadanía árabe expuesta a regímenes represivos. El mundo árabe tiene petróleo y ahora enormes depósitos de uranio. Cuenta con una gran población (400 millones) que depende de la tecnología y de los productos occidentales y ocupa una parte estratégica del mundo que ha sido ruta para el comercio y las guerras de las naciones de Oriente y de Occidente. Hoy en día, el colonialismo domina el mundo árabe de varias formas. Con la excepción de Israel, donde el concepto de colonialismo clásico es inseparable del sionismo, es más apropiado aplicar el concepto de neocolonialismo a la invasión occidental del mundo árabe. Neocolonialismo implica hegemonía política y económica, así como paternalismo implica la gestión o el control de la conducta. El movimiento de colonos en Palestina se ajusta a la definición de colonialismo, mientras que las guerras en Iraq y Afganistán corresponden con la de neocolonialismo, como la actuación del senador McCain en el este de Libia concuerda con la del paternalismo en interés del Estado.

Es el neocolonialismo el que ha creado las condiciones que han precipitado las manifestaciones populares en el mundo árabe. Aporta “seguridad”, pero para los dictadores que facilitan la misión neocolonialista a expensas de los ciudadanos, quienes obtienen muy poca seguridad. Mubarak fue la quintaesencia de los líderes-siervos del colonialismo israelí y del neocolonialismo estadounidense.

Las recientes manifestaciones y las que siguen en curso en el mundo árabe han cogido por sorpresa a los dirigentes occidentales y árabes. Las protestas, que se desarrollan de forma secuencial en más de una docena de naciones árabes, han sido en general pacíficas. Las causas citadas varían pero las cuestiones predominantes incluyen la corrupción, la extensión de las leyes de emergencia, los precios de los alimentos, el desempleo y la libertad de expresión y movimiento.

Las manifestaciones de Argelia, Egipto, Siria y Yemen atrajeron a millones de ciudadanos. En Bahréin, la presencia militar de Estados Unidos en el emirato provocó una intervención militar saudí. Los manifestantes egipcios consiguieron enviar a Hosni Mubarak, aliado de Estados Unidos calificado de “moderado”, a refugiarse Sharm El-Sheij, centro turístico del Mar Rojo y el coto de parvulario preferido de los diplomáticos involucrados en numerosas negociaciones de paz fracasadas sobre la vieja “cuestión” palestino-israelí que ya tiene seis décadas.

Las manifestaciones, las primeras de las cuales se produjeron en diciembre de 2010, han quedado eclipsadas ​​por los catastróficos terremotos y tsunamis de Japón y por el asesinato de Osama bin Laden.

Para un árabe nacido en Jerusalén (Palestina) y que vivió en un país cuya población era casi en un 95% de árabes musulmanes y cristianos antes de la creación de Israel, las manifestaciones secuenciales trascienden la definición que da el diccionario de “manifestación”. Si bien es cierto que la mayoría protestaba contra la corrupción y el liderazgo despótico, también es cierto que se manifestaban por los derechos humanos y el derecho a elegir su gobierno sin la intervención extranjera. Esta última es una causa mucho más significativa a la luz de la experiencia árabe bajo el colonialismo y su vestigio, Israel. El derecho a elegir incluye el derecho a proteger y administrar los recursos humanos, naturales y financieros.

Los manifestantes son los hijos y nietos de árabes nacidos bajo el dominio colonial de las mismas entidades que después crearon el ambiente político y económico exacto que precipitó estas protestas. Uno se pregunta si no se ha considerado que es políticamente conveniente la ausencia de contexto histórico en todas las noticias de prensa occidentales en un momento en que Estados Unidos y sus aliados de la OTAN participan en aventuras militares que imitan o repiten escenarios déjà vu de antaño. La corrección política en los medios de comunicación se sirve a discreción.

Un Herodoto o un Toynbee [(1889-1975), historiador británico especialista en Filosofía de la Historia] que observaran el estado actual de las cosas en el mundo árabe describirían las manifestaciones como catastróficas intifadas sociales, culturales y geopolíticas con potencial de alterar la percepción occidental del mundo árabe y el papel de las naciones árabes en un mundo enfocado a las rápidas transformaciones tecnológicas. Mientras que los chamanes de Oriente y Occidente se sumarían a la idea de que la religión debe guiar el comportamiento humano, la historia demuestra una vez más que las segundas intenciones y las acciones ocultas existen. Las guerras en Iraq y Afganistán se han justificado como “cruzadas” contra la tiranía cuando en realidad eran y siguen siendo plataformas neocolonialistas para diseñar y controlar el destino de esas naciones. El botín de la guerra de Iraq: un paisaje devastado, 1.5 millones de muertos y un número incalculable de heridos, millones de refugiados y una sociedad en ruinas. El costo solo para Estados Unidos hasta la fecha es de 33.000 víctimas y una deuda de un billón de dólares.

Si los manifestantes árabes tenían algo en común eso era (y es) la liberación de toda forma de tiranía, sea del Estado, del extranjero o del extremismo religioso. La naturaleza laica de las manifestaciones ha sido evidente incluso para los periodistas que rara vez informan sobre asuntos árabes. La ironía del objetivo común de los manifestantes es la presencia en sus tierras, en sus costas y en sus cielos de las mismas potencias que los han dominado durante más de un siglo. Hoy en día no hay lugar en la tierra que tenga alrededor y sobre sí más capacidad armamentística que el mundo árabe, siendo Israel el epítome de ese poder. El senador McCain declaró recientemente que la presencia de Estados Unidos en Iraq será indefinida, quizá más allá de 2020. En Libia prometió apoyo a la oposición. Si la oposición gana, una base estadounidense en Libia representaría una valiosísima extensión del poder imperial occidental. Los planes occidentales, claro está, se revisten con el mismo lenguaje de la liberación de la tiranía.

Cuesta creer que las manifestaciones hallaran realmente a los dirigentes árabes y occidentales por sorpresa. El mundo árabe no es un mundo de fantasía: ha sido y sigue siendo una zona de guerra y un campo de pruebas permanente para la tecnología de guerra occidental. Los palestinos ya se manifestaban contra regímenes coloniales, represivos y de apartheid mucho antes de que naciera mi padre en 1882. “Sorpresa” no es más que la jerga diplomática referida a unos indeseados creadores de problemas para las relaciones establecidas entre los regímenes árabes y los neocolonialistas occidentales.

La embajada de Estados Unidos en Iraq, de 42 hectáreas y 26 bloques, más la presencia de 50.000 soldados estadounidenses junto a un número equivalente de personal civil de seguridad es el símbolo de la intención de Estados Unidos de eliminar tales sorpresas, de dominar los asuntos internos y exteriores de Iraq, incluido el control absoluto sobre los recursos naturales y humanos iraquíes. Democratizar una sociedad de 26 millones de personas mediante la ocupación militar es una contradicción. Los manifestantes en Egipto tienen que hacer frente al dilema de un paquete de ayuda de Estados Unidos que está vinculado de manera desproporcionada al paquete de la ayuda estadounidense a Israel, por no mencionar a la enorme deuda externa egipcia. El ejército egipcio es el destinatario de la mayor parte de la ayuda a Egipto. ¿No significa eso que el próximo presidente electo en Egipto se guiará necesariamente por políticas definidas en Estados Unidos o en Israel?

La situación en Siria ha resucitado un abandonado plan occidental para librar al mundo civilizado de las “naciones canallas” empezando por Iraq y siguiendo por Siria, Irán y Corea del Norte, en rápida sucesión. Israel, una nación canalla en todo menos en nombre, protegida por Estados Unidos, es el principal beneficiario de este plan.

En los medios occidentales las naciones asumen por defecto las características de sus dirigentes. Así, Mubarak se describía como un dirigente moderado y Egipto como nación moderada. El ciudadano egipcio pensaba de otra manera. Bashar Al-Assad de Siria es un Mubarak para su pueblo y, sin embargo, nunca se le ha calificado de “moderado” porque Siria no es una nación “moderada”. ¿Qué hace en política exterior que un dictador sea un osito de peluche y otro un Belcebú? Cuando los cimientos de la política descansan sobre arenas movedizas es difícil encontrar respuestas racionales.

George Washington ofrece algunas pistas en su Farewell Address [Discurso de despedida]: “[Una] vinculación apasionada por parte de una nación con otra genera una variedad de perjuicios... facilita la ilusión de un interés imaginario en casos donde no existen intereses comunes; y al infundir en una a los enemigos de la otra, mueve a la primera a participar en las disputas y guerras de la segunda”.

Esta vinculación apasionada en el caso de Estados Unidos es evidente, como lo ha corroborado el presidente estadounidense Barack Obama en su reciente discurso en el que esbozaba su solución para la paz entre Israel y los palestinos. Puede que los manifestantes árabes no hayan leído mucho a Washington, pero a diferencia de sus dirigentes, “vinculados apasionadamente” a Washington DC, las masas árabes seguramente se adherirían a los principios de Washington y habrían respondido con entusiasmo a Obama si éste se hubiera referido a ellos en su discurso. Como el discurso no ha satisfecho las expectativas, la lógica de la revolución en Oriente Próximo seguirá creando problemas a los aspirantes a patrones extranjeros.

Fuente: http://weekly.ahram.org.eg/2011/1049/op2.htm

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