lunes, 11 de julio de 2011



Por:  Iñaki Gil de San Vicente

Gravemos a fuego estos tres conceptos en nuestra práctica y en nuestra teoría porque serán aún más decisivos en nuestro futuro que lo que han sido en el pasado y lo son en el presente. Miremos por donde miremos, todos los grandes y pequeños pasos que nuestro pueblo ha ido dando desde, por poner una fecha, finales de 1950 han estado directamente relacionados con la autoorganización, en primer lugar, e inmediatamente después, con la autogestión y la autodeterminación. Naturalmente, aquí empleo estos conceptos desde y para una teoría antagónica a la oficial, a la patriarcal, española y burguesa. Por autoorganización se entiende la capacidad de la gente de crear organizaciones y colectivos de defensa de sus intereses independientes de los instrumentos de control directo e indirecto del poder. Los oprimidos, quienes fueren, se organizan a sí mismos, ellos se liberan a sí mismos. Esta auto-organización ha sido y es una práctica muy asentada en nuestro pueblo. Tanto bajo la dictadura franquista como bajo el sistema antidemocrático actual, solamente la autoorganización popular y social ha permitido a nuestro pueblo crear y dotarse de sus propias e independientes organizaciones, movimientos, colectivos, grupos, etc. Y una de las obsesiones de las fuerzas regionalistas, estatutistas y estatalistas desde mediados de 1970 fue y es la de integrar o destruir esta independencia organizativa. Conocemos de sobra, por haberlas padecido desde hace dos décadas, la inmensa masa de prohibiciones, presiones, intentos de ahogo económico y legal, chantajes de todo tipo, etc., que han sufrido prácticamente todas las prácticas de autoorganización, desde las fiestas populares hasta los colectivos políticos.


Una de las virtudes de la autoorganización es que lleva en su código genético la necesidad de desarrollar la autogestión en todo lo que organiza. La autogestión como proceso, desde la ayuda mutua hasta el consejismo, pasando por la autoadministración, la cooperación, el control obrero y popular, etc., sólo es viable a la larga si, además de otras cuestiones, ha nacido y crecido mediante la autoorganización de los colectivos implicados en ella. Es muy difícil, por no decir imposible, que la autogestión concreta o generalizada se sostenga sin la experiencia crítica y creativa que genera la autoorganización, sin ese vital espíritu de independencia frente al poder que le caracteriza. La experiencia no solamente vasca sino mundial así lo demuestra. Y del mismo modo en que el poder ha intentado e intenta destruir o integrar la autoorganización, también hace lo mismo contra la autogestión y sus diversas formas particulares. La amarga experiencia del cooperativismo neutro e interclasista es uno de tantos ejemplos. En sentido general, la autogestión significa la capacidad de las personas para administrar ellas mismas los colectivos que ellas mismas han organizado. Una de las virtudes de la autogestión es que lleva en su código genético la necesidad de desarrollar la autodeterminación permanente del colectivo que se autogestiona. La autogestión se caracteriza por la decidida voluntad de sus miembros para administrar ellos mismos sus cosas, para no ceder su ejercicio de decisión libre y consciente a un poder exterior y extraño. Nuestra experiencia y la de todos los pueblos trabajadores que han luchado por su liberación, muestra que la autogestión en su sentido pleno y radical, socialista, y al margen de sus grados y niveles concretos de plasmación y desarrollo, fluye naturalmente hacia un proceso más amplio de autodeterminación colectiva e individual. No puede ser de otro modo, ya que la autodeteminación no es sino el nivel más consciente y vital de la práctica de decidir por uno mismo, trátese de un colectivo y/o de una persona, qué es lo que se está auto-gestionando en el presente y por qué y cómo se va a autogestionar permanentemente en el futuro, cuando se decida democráticamente esa autodeterminación en su forma más consecuente y lógica, la independencia nacional en un marco de democracia socialista y de extinción del patriarcado. Vemos que existe, pues, una relación dialéctica interna entre la auotoorganización, la autogestión y la autodeterminación. Es tan obvia e inocultable que también la ven, la vio desde su mismo origen, el poder dominante.

Los esfuerzos de éste por romper dicha relación dialéctica no vienen únicamente del peligro insoportable que para sus intereses de explotación y expoliación supone el proceso entero sino, además, del hecho igualmente innegable que tal dialéctica no es totalmente espontánea e invertebrada. Por el contrario. Si algo ha enseñando la tremenda experiencia colectiva acumulada desde el primer tercio del siglo XIX, cuando apareció la lucha obrera y popular contra el capitalismo, es la necesidad de que en el interior de la autorganización exista una teoría práctica de la organización emancipadora, de que en el interior de la autogestión exista una teoría práctica de la gestión socialista y de que en el interior de la autodeterminación exista una teoría práctica de la determinación independentista. Esta experiencia también se ha confirmado en Euskal Herria. Definitivamente, como prueba del algodón, la efectividad de dicha relación interna queda confirmada por la desesperada insistencia que hacen las fuerzas represivas para destruir a los colectivos organizados que están en permanente dialéctica interna con la autoorganización, la autogestión y la autodeterminación. Todas las doctrinas represivas y contrainsurgentes, así como todas las teorías revolucionarias, saben que cuanto más estrecha, ágil y viva es la dialéctica entre la práctica organizada y la autoorganizada, más débiles son los resultados últimos de la represión en todas sus formas y maneras de plasmarse.

Pues bien, si debemos grabar a fuego en nuestra praxis diaria los tres conceptos es porque son básicos para, de un lado, derrotar a la represión española desde una estrategia ofensiva, creativa y constructiva, no retrocediendo al defensismo pasivo de la tortuga; de otro lado, superar la reiterada traición del PNV-EA y volver a tejer en las calles, fábricas, escuelas, las redes y los nudos de la construcción soberanista vasca; además, multiplicar las bases materiales de una Euskal Herria realmente democrática, autocentrada y consciente de sus recursos y necesidades para resistir a las fuerzas destructoras y disolventes del capitalismo actual, caracterizado por llevar al extremo la absorción de todo lo cualitativo, identitario y humano en la máquina alienadora del mercado y del beneficio burgués; y, último, aumentar la tan necesaria solidaridad internacionalista con los pueblos que también se autoorganizan para aumentar la autogestión de su vida y lograr su autodeterminación ­su independencia­ en un mundo sometido a la ciega y férrea uniformidad del imperialismo. A simple vista, parece una salida desesperada, cuando en modo alguno es así. Todo lo contrario. Tras decenios de lucha y autoorganización en cuanto proceso que tiende a la autodeterminación mediante la autogestión generalizada, nuestro pueblo se ha dotado no sólo de colectivos enraizados en nuestra identidad, sino también de una fértil praxis popular autocrítica y consciente de la urgencia de masificar, socializar, extender y ampliar la dialéctica entre la organización y la autoorganización. Por eso venceremos.

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