martes, 20 de marzo de 2012

También en Colombia las mujeres son forjadoras de paz

La necesidad de abrir espacios de diálogo con los grupos armados.

La líder del movimiento que puso fin a la segunda guerra civil liberiana, en 2003
'El diálogo es la vía para resolver los conflictos'
Charla con la Nobel de la Paz, la activista africana Leymah Roberta Gbowee.

Leymah Gbowee recibió el Nobel de Paz 2011 junto con la presidenta de Liberia, Ellen Johnson-Sirleaf y la activista yemení Tawakul Karman. / EFE

En su memorias, usted se define como una mujer que en su época se quedó atrapada. Atrapada por el abuso y la violencia doméstica que padeció, así como por un país que se hundía en la violencia. Pero también estuvo atrapada en su propia definición de lo que es ser mujer y de su supuesto rol en la sociedad. ¿Cómo se veía como mujer?
Quedé atrapada por la idea de ser una hija buena e inteligente. Mi madre tuvo cinco hijos con un solo hombre. Así que mi idea de una esposa perfecta era alguien como mi madre. En ese tiempo, salirme de la relación abusiva habría sido admitir que la primera vez no había elegido bien. No quería traer vergüenza a mí y a mi familia. Tuve que tocar fondo antes de darme cuenta de que tenía que salir de esa relación.

¿Tuvo la sensación de que su sufrimiento de alguna manera era algo bueno y necesario?
Al fin y al cabo había una especie de buena sensación porque no había desertado. Se trata de un escenario típico de las mujeres en todas partes. La sociedad no espera que las mujeres renuncien. Pero como consecuencia, me sentí cada vez con menor poder, y terminé deprimida.
¿Cuándo cambiaron las cosas para usted?

Siempre les digo a las mujeres: tengan un conjunto de principios y definan un límite que no puede ser cruzado. Uno de mis límites era no permitir insultos verbales en público. Y un día eso pasó, así que decidí dormir en una habitación diferente, hasta que este hombre se arrodillara a mis pies. Por supuesto, esto es África y nadie espera que un hombre lo haga. Pasaron tres semanas, y un domingo, ante un grupo de liberianos y ghaneses, me dijo que quería disculparse. Y yo le dije: yo establecí mis condiciones. Ese fue un momento decisivo para retomar mi poder. Su madre dijo: no creo que logre vivir para ver eso. Pero él se arrodilló y abrazó mis pies. Su madre sintió que había dado a luz a una mujer.

¿Cuál es la diferencia entre ser una víctima y ser autora de la propia vida?
Pues cuando eres víctima te quedas sentada y padeces la situación. Te insultan, te abusan, te maltratan, y en lugar de reaccionar, te retiras. La víctima es esa persona que sólo se retira y nunca toma medidas para enfrentar a un agresor o su situación. Cuando me preguntaba quiénes serían los Martin Luther King y los Mandela de mi país, siempre pensaba en hombres. Nunca pensé que yo en un momento de mi vida pudiese ser un agente de cambio. En su cabeza la víctima piensa: un día alguien vendrá y me salvará.
¿Cuándo ocurrió ese cambio en usted?
Creo que el cambio de víctima a sobreviviente ocurre cuando se inicia una conversación interior, con la propia mente. Nadie puede hacerlo por uno. Es necesario tener esa conversación interior. Puede tardar días, meses o años, pero hay que sentarse y preguntarse: ¿cómo voy a salir de esta situación? Así, poco a poco, comencé a afrontar mi situación.

¿De víctima a sobreviviente, y luego a mujer independiente?
Así fue. Cuando conseguí un modesto trabajo, decidí mudarme con mis hijos de la casa de mis padres a un apartamento con un solo cuarto. Mis padres se pusieron furiosos, pero yo tenía finalmente mi sueldo, cien dólares mensuales. Así, independencia significaba no depender de un hombre para el pan diario de mis hijos o para la ropa, sino despertarme cada mañana, hacer algo significativo con mi vida y obtener por ello alguna compensación. El apartamento en el cual vivíamos era muy pequeño, pero era importante para mí. Era mi espacio. Uno no puede ser independiente si es necesario estirar la mano.

Para usted, ¿independencia es sinónimo de libertad?
Libertad e independencia están estrechamente vinculadas. Si la vida de una mujer está atada a un hombre, esa mujer no es libre de expresarse. Fácilmente puede ser abusada y callada. En mi vida ocurrió esta situación. Mis sobrinas sabían que el hombre con que el que yo estaba (el padre de su cuarto hijo) tenía una relación con otra mujer. Así que mi hermana, aunque me amaba mucho, se sentó con mis sobrinas e hicieron el pacto de no decirme nada acerca de lo que estaba pasando, porque todos dependíamos económicamente de ese señor.

¿Qué es lo que los hombres no entendemos de las mujeres?
A veces los hombres carecen de la capacidad de comprender que las mujeres son poderosas. El imaginario ha sido que los hombres son una especie superior que Dios ha creado para proteger a las mujeres. Y esto es un mito que con el tiempo se ha demostrado que es falso. Creo que si cada hombre viera a cada mujer como socia, una socia para el progreso, podríamos avanzar.

¿Cómo decidió movilizar a las mujeres de Liberia para exigir el fin de la guerra?
Lo que hice no es nada extraordinario. Un grupo de mujeres estábamos hartas. Hartas de que los hombres pusieran sus manos en nuestra ropa interior, de que nuestros hijos fueran reclutados y llevados a luchar, de que nuestro país se estuviera hundiendo. Nos cansamos y nos rebelamos a la locura de la violencia y de la guerra. Hicimos la protesta, y logramos la paz.

Pero usted inicialmente no creía en la eficacia de una resistencia no violenta...

¡Claro que sí! Inicialmente pensaba que la no violencia era algo demasiado lento y que requiere demasiado tiempo, mientras la violencia continuaba con furor. La no violencia se percibe a menudo como algo débil, porque la violencia ha estado relacionada con poder y fuerza. Ése era mi escepticismo.

¿En algún momento pensó en organizar una guerrilla de mujeres?
¡Por supuesto! Yo decía: sería hermoso formar un grupo de guerrilleras e ir a donde están los hombres y utilizar cada táctica para deshacernos de ellos.

¿Por qué desistió de la idea de utilizar métodos violentos?

Me pregunté: si me decido a formar un grupo de mujeres combatientes, ¿qué tan distinta sería del dictador Taylor? ¿Qué tan diferente sería de las facciones armadas? Y hoy, sentada aquí, declaro que la resistencia no violenta es la cosa más poderosa con la cual comprometerse en este mundo.

¿Por qué?

Porque uno mira a los ojos de quien le mató a sus familiares o de quien es responsable de su situación, y habla la verdad sin necesidad de utilizar un arma de fuego. Sólo aquel que es fuerte puede relacionarse con los victimarios sin recurrir a la muerte. Los débiles necesitan un arma y disparan. Estar sentados en un cuarto con esas personas muy malas sin vomitar, y lograr relacionarse con ellas... La no violencia no sólo es hermosa, también es muy potente.

Pero las mujeres se unen también a ejércitos y grupos guerrilleros. ¿Qué les dice a ellas?
Bueno, una de las cosas que he intentado hacer en mi trabajo por la paz es no juzgar. Las personas usan diferentes medios para enfrentar los problemas. Pero lo único de lo que estoy segura es de que la violencia nunca ha resuelto ningún problema. Si te sientas con el diablo terminas en su vientre y sobre su hombro, te conviertes en lo que has odiado y, probablemente, incluso en algo peor. En la medida que las mujeres se involucran más en los grupos armados, más están reforzando la idea de que la violencia es la única manera de resolver un problema.

¿Qué le diría al presidente de Colombia?

Desde cuando yo era una niña, he oído hablar y hablar sobre el conflicto en Colombia. La mayoría de las veces nuestros líderes afirman que no pueden hacer ningún compromiso, que no hay manera de negociar. Pero una forma de resolver este conflicto es abrir el espacio para un diálogo, que comience con las comunidades afectadas por el conflicto.

¿Pero qué haría usted en Colombia?

En Colombia es necesario preguntarse: ¿por qué aún hay personas que, generación tras generación, se unen a grupos armados y luchan? Llega un momento en el cual el líder de un país tiene que decir: aunque sea difícil para mí, es necesario abrir un espacio para el diálogo. Pero debido a los egos o a los intereses políticos, los líderes a menudo dicen: no me voy a poner en ese lugar. La construcción de la paz es un proceso incluyente. En Colombia, desde el interior de las comunidades, desde el interior de las guerrillas y desde el interior del Gobierno, todos deberían preguntarse: ¿cómo vamos a seguir?

‘Las mujeres entienden a su comunidad’

¿Por qué las mujeres son especialmente aptas para la construcción de paz?
No voy a decir que es porque son madres y las que nutren. Pero en las comunidades en conflicto, las mujeres son la que están ahí todo el tiempo. Ellas entienden y conocen a su comunidad. Ellas saben cuándo se están dando actividades sospechosas. Tienen conocimiento de las personas y del contexto. Si uno desea conocer el problema de un pueblo en Colombia, tiene que preguntar a la mujer que ha vivido en esa cabaña todo el tiempo del conflicto. A la hora de hacer análisis del conflicto y construcción estratégica de paz, las mujeres son invaluables.

¿Quién es Leymah Gbowee?
La activista lideró el movimiento de mujeres por la paz que puso fin a la segunda guerra civil de Liberia en el año 2003. El movimiento de mujeres por la paz comenzó con oraciones y canciones en el mercado de pescado. Sus volantes decían: “¡Estamos hartas! ¡Estamos cansadas de que nuestros niños mueran! ¡Estamos cansadas de ser violadas! ¡Mujeres, despierten: tengan una voz en el proceso de paz!”. Su protesta incluyó una huelga de sexo que duró cuatro meses. Su papel en ayudar a expulsar al dictador liberiano Charles Taylor apareció en el documental de 2008 Pray the Devil Back to Hell. Gbowee es madre soltera de seis hijos, incluyendo una hija adoptiva, vive en Accra, Ghana, en donde es directora ejecutiva de la Red de Seguridad y Paz de las Mujeres para África.

Mujeres, guerra y paz
Por: Aldo Cívico
"Por fin, las mujeres íbamos a tomar la iniciativa”.

En Nueva York, en la oficina de su amiga Abby Disney, sentada informalmente delante de mí en un sofá, con su pierna izquierda doblada, elegante y bella en su traje africano y el rostro redondo enmarcado por un turbante llamativo, Leymah Gbowee, la mujer de Liberia que a los 39 recibió el año pasado el Nobel de la Paz, me contó por qué bajo su liderazgo miles de mujeres se movilizaron para cambiar la historia de su país y ganar la paz. “¡Estábamos hartas!”, me dijo.

¡Abramos nuestros ojos! El conflicto armado en Colombia es también una guerra insensata contra la mujer. La violencia contra la mujer ha sido una estrategia de guerra para controlar territorios y a las comunidades que los habitan. Son deshumanizadas, desplazadas, abusadas sexualmente y sometidas a un control social. Esto es cierto especialmente para las mujeres lesbianas, indígenas y afrodescendientes que son categorías de personas afectadas por la discriminación. Indeleble está en mi memoria la mirada perdida, asustada y triste de una frágil niña indígena en el Chocó, esperando abordar un pequeño avión para ir a un hospital en Quibdó dónde daría a luz. La niña había sido violada por un soldado. “Todos los grupos armados, tratan a las mujeres como trofeos de guerra”, aseguró Amnistía Internacional en un reciente informe sobre Colombia.

Pero las mujeres no son víctimas pasivas. En medio de la peor violencia, son pioneras en la creación de espacios de paz, en sanar a las víctimas de la violencia e incluso ayudando a los victimarios a redescubrir su humanidad. Además, la experiencia de Leymah Gbowee y de miles de mujeres liberianas demostró que las mujeres pueden forzar a los señores de la guerra a sentarse a la mesa y negociar un acuerdo de paz.

También en Colombia las mujeres son forjadoras de paz. Entre las personas que he conocido en el país, las mujeres son a menudo de las pocas para quienes la paz no es un tabú ni una realidad impuesta por la ley de las armas. El pasado agosto, en la espesa selva del Baudó, en el Chocó, conocí el trabajo estratégico dirigido por Norma, una miembro de Mujeres de la Ruta Pacífica. Como una generala, Norma lidera un ejército optimista y pacífico de mujeres que, día tras día, con muy escasos recursos pero con mucho coraje y determinación, promueve derechos humanos, educación y desarrollo sostenible. Norma es sólo uno de muchos ejemplos.

En un momento de su vida, Leymah Gbowee se preguntaba quién sería el Gandhi, el Martin Luther King o el Nelson Mandela de Liberia. No estaba en su imaginación más remota que una mujer africana podría estar a la cabeza de un movimiento de paz y transformar la historia de su país. Pero fue ella quien se convirtió en el Gandhi de Liberia. Hay suficientes razones en Colombia para que las mujeres digan en voz alta: ¡estamos hartas! ¡Ya no más! ¿Quién será la Leymah Gbowee de Colombia?

Por: Aldo Civico - Especial para El Espectador

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