domingo, 17 de agosto de 2014

Mirador: El coronel Plazas Acevedo

 Por
Carlos A. Lozano Guillén

¿Cuántas muertes se hubieran evitado de haber atendido la denuncia de VOZ? Esta historia demuestra que el mal de las Fuerzas Militares no está en unas “ovejas descarriadas” sino que es un problema estructural y de ideología.


El 31 de julio pasado fue recapturado en San Martín (Meta), el coronel (r) Jorge Humberto Plazas Acevedo, peligroso delincuente vinculado a los paramilitares, quien se escapó de la Escuela de Artillería, en julio de 2003, donde cumplía una condena de 40 años por el asesinato del industrial Benjamín Khoudari.


Plazas Acevedo está vinculado al proceso por el asesinato de Jaime Garzón y tiene a su haber una larga lista de actos criminales en los cuales participó, tanto en su condición de militar y luego como integrante de grupos paramilitares en Cundinamarca y los Llanos Orientales. Su recaptura ha sido celebrada en el alto gobierno, aunque es conveniente recordar algunos hechos anteriores a su captura y condena judicial, así como a su evasión de una guarnición militar de la cual salió como Pedro por su casa.


En la edición del semanario VOZ 1784 del 7 al 13 de junio de 1994, apareció la denuncia de que el entonces mayor Jorge Humberto Plazas Acevedo, segundo comandante del Batallón de Inteligencia Nº 2 de la Segunda División del Ejército, con sede en Bucaramanga, era el jefe de una red de exterminio que funcionaba en las instalaciones del batallón con el nombre de “La Cooperativa”. Plazas Acevedo utilizaba los alias de “Carlos Pérez” y “Don Diego”. “La Cooperativa” fue responsable de numerosos crímenes contra dirigentes sindicales, populares y de izquierda en Santander.


La denuncia la hicieron dos suboficiales que recibieron el encargo de asesinar a la doctora Olga Nieto de Rojas, entonces jefe de Criminalística de la Fiscalía. Los suboficiales se negaron a cometer el crimen y les entregaron las armas y la información a las autoridades. Llegaron a conversar hasta con Gustavo de Greiff, fiscal general de la nación en la época. Nadie los escuchó y ni siquiera los vincularon a la Unidad de Protección de Testigos. VOZ, con sus escasos recursos, atendió la seguridad de los dos suboficiales durante un tiempo.


Los mandos militares trasladaron a Plazas Acevedo a la jefatura del B-4 de la XX Brigada de inteligencia. De allí pasó a la XIII Brigada, donde trabajó con su gran amigo el general Rito Alejo del Río. Contra el director de VOZ fue formulada una denuncia por el punible de calumnia, proceso del cual fue exonerado tiempo después. El mayor Plazas fue ascendido a coronel y logró escalar más posiciones en la jerarquía militar, lo cual le facilitó sus actos delictivos. Trabajó con paramilitares del Meta y con el narcotraficante el “Loco” Barrera.


¿Cuántas muertes se hubieran evitado de haber atendido la denuncia de VOZ? Esta historia demuestra que el mal de las Fuerzas Militares no está en unas “ovejas descarriadas” sino que es un problema estructural y de ideología. Se requieren instituciones castrenses para la paz y la democracia.


carloslozanogui@etb.net.co


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