miércoles, 31 de mayo de 2017

Las FARC-EP: 53 años de lucha para lograr la paz

Por Carlos A. Lozano Guillén

En medio de la alegría por el avance histórico que significó la firma del Acuerdo Final de La Habana, de las expectativas por la lentitud del Gobierno nacional en adelantar el proceso de implementación del mismo y de las trabas que colocan otras instituciones del Estado, que no quieren comprometerse con el bien supremo de la paz, los guerrilleros de las FARC-EP celebraron el 53 aniversario de la fundación de su organización a través de actos en Bogotá y en las zonas veredales en el país. Estuvieron acompañados de dirigentes y militantes de izquierda, activistas de la paz, los derechos humanos y de organizaciones sociales y populares.


Rodrigo Londoño sintetizó la alegría de la fiesta en un twitter de su cuenta @TimoFARC: “En este día de conmemoración nadie se quedó sentado, el camarada Joaquín Gómez bailó hasta que le dolieron los pies”.

La guerrilla fariana surgió hace 53 años, llamando al gobierno de la época (Guillermo León Valencia, segundo del Frente Nacional) a dialogar y buscar la solución política del conflicto agrario que ameritaba soluciones estructurales y una reforma agraria integral, democrática y antilatifundista. Los campesinos, liderados por Manuel Marulanda Vélez, planteaban la necesaria democratización de la vida nacional para superar la violencia y la persecución del régimen bipartidista. Como quien dice, las FARC-EP surgieron al calor de la lucha democrática y social, enarbolando la bandera del diálogo y de la paz. Lo diría Manuel Marulanda Vélez al semanario VOZ años después: “La bandera de la paz es de los revolucionarios”. Y así fue, jamás la arriaron hasta celebrarlo, en 2016, cuando fueron firmados los acuerdos de La Habana, en proceso de implementación en medio de dificultades y contradicciones. Existen poderosos enemigos de la paz desde dentro y fuera del Gobierno, desde dentro y fuera del Estado.

Marquetalia

El origen de las FARC está en el ataque a Marquetalia el 27 de mayo de 1964, cuando 16.000 militares irrumpieron en la tranquilidad del lejano caserío en el sur del Tolima, para iniciar acciones ofensivas contra un pequeño grupo de campesinos y familias que la ocupaban para trabajar la tierra y vivir en paz. Se habían organizado en cooperativa agrícola para subsistir a la pobreza y el abandono del campo y protegerse de la violencia latifundista y de la represión oficial. “Fuerzas combinadas de infantería, artillería, aviación para bombarderos y aerotransporte iniciaron la agresión. Se emplearían en todo su rigor la táctica del cerco y el bloqueo. Si se producía por parte de los campesinos alguna manifestación de resistencia serían lanzadas bacterias contra la población”, escribió, entonces, Jacobo Arenas.

La “Operación Marquetalia” la asumió la VI Brigada con sede en Ibagué, al mando del coronel Hernando Currea Cubides, y uno de los principales oficiales en el asalto fue el entonces mayor José Joaquín Matallana. El comando de guerra fue ubicado en Neiva y contó con la asesoría de la misión militar de Estados Unidos en Colombia. El diseño del plan lo realizó el Pentágono gringo con el nombre de “Plan Lasso”.

Los campesinos difundieron un comunicado público en que llamaban a detener la agresión y proponían la solución política y el diálogo para resolverlo. Varios parlamentarios, entre ellos Alfonso López Michelsen, dirigentes políticos como Gilberto Vieira y Gerardo Molina y sacerdotes como monseñor Germán Guzmán y el padre Camilo Tores Restrepo, respaldaron el diálogo y se ofrecieron como mediadores. El presidente Guillermo León Valencia, presionado por la extrema derecha, lo rechazó, al fin y al cabo la orden de ataque ya la habían dado los yanquis.

El asalto militar

El asalto estaba previsto para el 14 de mayo de 1964, así lo conoció el Partido Comunista con anterioridad y lo denunció a través de VOZ de la Democracia la cual fue clausurada por el gobierno del Frente Nacional de Guillermo León Valencia. Una expresión de la precaria democracia que existía en Colombia a pesar de la caída de la dictadura militar de Gustavo Rojas Pinilla. Sin embargo, el primer enfrentamiento con los campesinos, que tuvieron tiempo de prepararse debido a la información que recibieron, fue el 27 de mayo de 1964, fecha que quedó sellada para la historia como la de la fundación de las FARC. “El Ejército tuvo que contar muchas bajas en sus filas y nosotros solo perdimos al compañero Luis Salgado, en Marquetalia, y a la compañera Georgina Ortíz cuando ya ibamos en retirada”, reportó Marulanda.

El movimiento agrario de autodefensa se convirtió en guerrilla móvil que comenzó a actuar con la táctica de la guerra de guerrillas. Fue la práctica del anticomunismo de la guerra fría, elevada a política de Estado por la Casa Blanca, la que impuso la guerra en Colombia, orquestada por la extrema derecha criolla y el Pentágono de Washington. El “Plan Lasso” estableció la guía de la “Operación Marquetalia” y el altoparlante político en Colombia fue el senador Álvaro Gómez Hurtado, vocero de la caverna e hijo de Laureano Gómez, el “Monstruo”, de ideología ultraconservadora y falangista.

El desarrollo

Las FARC se convirtieron en una guerrilla en ascenso. En la Séptima Conferencia le agregaron el nombre de Ejército del Pueblo y adoptaron el plan estratégico para la toma del poder. No se puede negar que pusieron en jaque a la oligarquía colombiana, que promovió diálogos con ella pero en la idea de no aceptar reformas políticas y sociales. Por eso fracasaron los intentos de llegar a la paz. Durante el gobierno de Andrés Pastrana al tiempo que estableció los diálogos en una zona desmilitarizada o de distensión, acogió el Plan Colombia, de nuevo impuesto por los yanquis, que dieron al traste con el proceso y procedieron a la rápida reingeniería de los militares para concentrarlos en la guerra contrainsurgente.

Fue un largo periodo de la historia que tuvo su génesis en la década de los años cuarenta, durante la violencia de los latifundistas y los gobiernos conservadores, que asesinaron a Jorge Eliécer Gaitán e iniciaron el genocidio de liberales y comunistas. En este sentido hubo un concurso de elementos a manera de acumulación de las causas del conflicto desde 1964 y sus antecedentes históricos. Las FARC no vacilaron siempre en señalar que para llegar a la paz era necesario erradicar las causas del conflicto, jamás la condicionaron a que se produjeran los cambios estructurales políticos, sociales y económicos, a una especie de “revolución por contrato” como la calificó el ex presidente Alfonso López Michelsen.

Así se llegó al proceso de paz con el gobierno de Juan Manuel Santos Calderón. Las FARC no obtuvieron la totalidad de las demandas. No fueron discutidos el régimen político ni el modelo económico. Ese no era el propósito por ahora. “Logramos importantes cambios y reformas sociales y políticas que están en el origen y la razón del conflicto; lo logrado fue lo que permitió la relación de fuerzas” explicó el comandante Timoleón Jiménez.

Las conquistas

El Acuerdo Final de La Habana es histórico no solo porque le pone fin al conflicto armado, sino que incorpora conquistas que transforman la atrasada realidad agraria en beneficio de los campesinos; fortalece la democracia y la participación ciudadana; así como garantiza los derechos de las víctimas y enfrenta con realismo la problemática de las drogas ilícitas.

El Gobierno debe cumplir, igual debe hacerlo el Estado. El ejecutivo está corriendo para dictar los decretos con fuerza de ley antes del primero de junio y para presentar las reformas sociales y políticas sin trampas, respetando los acuerdos bilaterales y de consenso. Estos incluyen lo pendiente del compromiso de garantizar la seguridad jurídica, personal y social y económica de los guerrilleros, que se venía postergando sin ninguna justificación. El Estado, en todas sus ramas o poderes, debe cumplir sin dilaciones.

El Acuerdo abre las condiciones para cambios estructurales sociales, políticos y económicos, pero ellos tendrán que conquistarse con la unidad popular, con el apoyo de los amplios sectores democráticos y progresistas del país. Pero ese es otro capítulo de esta historia.

Semanario Voz

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